Este artículo fue elaborado con el apoyo de Beatriz Zapata y Georges Laimé
Para construir ecosistemas globales más saludables y resilientes, debemos actuar localmente. A medida que las sequías,las inundaciones y los ecosistemas en declive se hacen cada vez más comunes, los proyectos de conservación y restauración han demostrado su capacidad para unir a las comunidades locales y crear impacto a escala mundial.
A comienzos de 2018, uno de los encabezados de BBC Mundo titulaba “11 de las grandes urbes del mundo con más probabilidades de quedarse sin agua potable como Ciudad del Cabo". En el listado se incluían ciudades de los denominados viejo y nuevo mundo, encabezadas por Sao Paulo, pasando por Bangalore, Pekín, El Cairo, Yakarta, Moscú (ciudad muy conocida hoy tras la Copa Mundial de Fútbol), Estambul, Ciudad de México, Londres, Tokio y Miami. El problema es global pero requiere acciones locales que ayuden a solucionarlo.
De acuerdo con la ONU, para 2030, la población mundial necesitará 40% más de agua, 50% más de alimentos, 40% más de energía y 40% más de madera y fibra, debido a una combinación de factores como el crecimiento demográfico, la acción humana y el cambio climático. Pero, como señaló Darwin en 1859, “Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio", así que debemos buscar estrategias bajo el lente del cambio climático, capaces de gestionar nuestros ecosistemas de manera sostenible.
El BID estima que entre los años 2015 y el 2030, se van a requerir 90 billones de dólares en infraestructuras que mejoren las redes de transporte, energía, servicios públicos y otros sistemas esenciales con alta demanda. El reto es lograr que el desarrollo de infraestructura pueda articularse con la conservación de nuestro capital natural y suplir las necesidades humanas al mismo tiempo.
Con el fin de contrarrestar los impactos negativos sobre la biodiversidad, se han formulado numerosas iniciativas de protección, restauración y producción sostenible, la mayoría de estas derivadas de regulaciones ambientales. Sin embargo, son necesarias también las iniciativas voluntarias de carácter local, capaces de articular las acciones de las comunidades y del sector privado, derivando en múltiples co-beneficios para el clima, el agua y la biodiversidad.
“Detrás de una gran experiencia hay una gran comunidad", dice el eslogan del programa A Ciencia Cierta ECO de Colciencias. Y bastante cercano está a la verdad, si se toman como ejemplo dos proyectos en los que South Pole ha trabajado y que dan cuenta del papel protagónico de las comunidades locales en la conservación y restauración de ecosistemas estratégicos. Los pobladores de ambas, separados por miles de kilómetros y por prácticas culturales bastante diferentes, probablemente nunca cruzarán sus caminos, pero desde su trabajo diario están aportando al mejoramiento de un problema global, mientras se adaptan localmente.
El Consejo Comunitario de Comunidades Negras de la Cuenca del Río Tolo y Zona Costera Sur (Cocomasur) se dio cuenta hace algunos años de la amenaza de deforestación que existía sobre su territorio, conformado por espesas porciones de bosque ubicadas en la Serranía del Darién. El Darién es considerado uno de los puntos con mayor diversidad biológica y alto endemismo en el mundo, pero si se implementaran potreros para ganado bovino, probablemente esto cambiaría.
Conscientes de ello, 2.173 familias del municipio de Acandí, en Colombia, agrupadas en nueve consejos locales desarrollan el Corredor de Conservación Chocó Darién, un proyecto de REDD+ que protege 13.465 hectáreas de bosque primario. Lo que resulta interesante de este caso es que, además de los beneficios ambientales y sobre la biodiversidad del proyecto, se han mejorado las condiciones para el fortalecimiento de la gobernanza y la apropiación y el manejo apropiado del territorio, lo cual ha contribuido con el rescate de la identidad cultural de las comunidades afrocolombianas que lo lideran.
Muy lejos del Darién está el grupo Mariba, una asociación de usuarios de los recursos hídricos ubicados en la cuenca del Lago Naivasha, en Kenya. Este país africano es reconocido por su biodiversidad y por la producción y exportación de flores, y es justamente esta la actividad productiva predominante en el área que bordea el Lago Naivasha. Ya que la producción agrícola y los recursos hídricos tienen una relación directa, se hizo necesario implementar un proyecto de reforestación de la cuenca del lago para asegurar la continuidad de las actividades comerciales de esta área. Coop Switzerland aceptó financiar esta iniciativa, la cual se convirtió en un proyecto generador de créditos de carbono, en proceso de certificación por el Gold Standard.
Las actividades de este han incluido la siembra de árboles, la rehabilitación de la vegetación natural, la reconversión productiva y el mejoramiento del recurso hídrico. Y he aquí un dato importante relacionado con las comunidades que trabajan en él: estas se han comprometido con un trabajo a largo plazo, ya que el proyecto tendrá una duración de 30 años, desde 2018, en los que esperan reforestar cerca de 1.000 hectáreas en fincas de propiedad individual.
En conclusión, los miembros de Cocomasur y de Mariba, son una muestra de cómo dos comunidades, distanciadas geográficamente y dedicadas a actividades productivas diferentes, tienen necesidades similares respecto a los servicios que ofrecen los recursos naturales. Resulta digno de mención el hecho de que las acciones adelantadas por ambos grupos, no son orientadas únicamente al beneficio propio, sino al aseguramiento de que este tenga un alcance más amplio, que finalmente resulte en impactos globales. De este modo, más comunidades son llamadas a proteger sus territorios, y más organizaciones del sector privado, a apoyar estas iniciativas.
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