Este artículo fue elaborado con el apoyo de Víctor Giraldo
La minería y la ganadería, dos actividades productivas de gran tradición en el Nordeste y el Bajo Cauca colombiano, son continuamente objeto de tensión debido a que se les reconoce su aporte para las economías locales y al mismo tiempo su función como empobrecedoras del capital natural. Sus efectos saltan a la vista cuando se tiene la posibilidad de adentrarse en zonas donde estas son o han sido desarrolladas, como fue mi caso en la visita al proyecto de Restauración de Suelos Degradados en Cáceres y Cravo Norte.
Durante una hora de recorrido en moto por tierra destapada, el paisaje comprendido entre el municipio de Cáceres y las fincas en las que se desarrolla el proyecto es sobrecogedor: a un lado está el Río Cauca y, bordeándolo, montañas y múltiples tonos de color verde. Allí se respira aire puro, pero también la amenaza de que más y más hectáreas de bosque pueden convertirse en potreros o de que la minería ilegal podrá destruir los ecosistemas que aún albergan a tantas especies animales.
Antes del proyecto, se había priorizado la riqueza económica sobre la gran riqueza que tiene el hombre: sus recursos naturales. Para tener una idea del antes y después de las actividades de reforestación en Cáceres, basta con echar un vistazo a las fincas aledañas al proyecto, en su mayoría dedicadas a pastar ganado y escasas en árboles.
Cuenta Víctor, antiguo propietario de uno de los terrenos del proyecto, que años atrás las tierras habían sufrido un deterioro incalculable debido a que en ellas se desarrollaban actividades de minería ilegal. Para el momento en que la reforestación comenzó, en 2002, no había especies forestales nativas como las que hoy se pueden ver.
El área del proyecto marca claramente un punto diferenciador con respecto a las que le circundan, pues allí se camina por senderos estrechos rodeados de bosque tropical, se visualizan fuentes de abundante agua y se avistan aves y mamíferos que años atrás habían sido expulsados de su hábitat natural.
Hasta el momento, aproximadamente 1.300 hectáreas han sido restauradas. Si traducimos esto en los cobeneficios certificados por el proyecto para el medio ambiente y la biodiversidad, podemos mencionar, por ejemplo, que 130 especies de flora y 50 de fauna han sido identificadas. Idel Pertuz, quien ha visto el progreso del proyecto desde hace casi una década, me cuenta que el aumento de las fuentes hídricas ha sido un gran logro. Insiste en que ahora hay agua abundante no solo para los residentes del área del proyecto sino para quienes habitan en zonas vecinas.
Otro beneficio se hizo visible en los días de alerta roja por un potencial colapso de la represa de Hidroituango. Cáceres, municipio vecino del reconocido proyecto de energía, quedó un tanto sumido en la soledad luego de la huida de numerosas familias a otras poblaciones por temor de convertirse en víctimas de una catástrofe. Pero los pobladores del área del proyecto permanecieron en sus casas, gracias a que la barrera natural que representa el bosque de más de 20 metros de altura se convirtió en fuente de protección y tranquilidad. Este es un gran ejemplo de resiliencia climática.
Parece bastante ambiciosa, y hasta quijotesca, una tarea de tan grandes dimensiones. Recuperar más de mil hectáreas de tierra supone no solamente tiempo, recursos económicos y personal capacitado para el trabajo: también requiere que los dueños de los proyectos conozcan y hagan uso de los mecanismos financieros que hacen posible la protección del clima.
En el proyecto de Restauración de Suelos Degradados en Cáceres y Cravo Norte, los créditos de carbono han jugado un papel fundamental. Gracias a su comercialización en los mercados voluntarios, gran parte de las ganancias obtenidas han contribuido a la continuidad del proyecto, haciendo posible la ampliación de las áreas de reforestación y, por ende, la generación de empleos permanentes. Los créditos han permitido la activación de recursos financieros para la lucha contra el cambio climático.
Si bien Idel, Donaire y Helena (los residentes que me recibieron en el proyecto) no saben de qué se tratan los mecanismos financieros que hacen posible el mejoramiento de su calidad de vida, no dudan en demostrar su satisfacción por los cambios positivos que han visto en el sitio del proyecto. Ellos esperan tener agua abundante, respirar aire puro, ver numerosas especies animales y tener un empleo que les permita a ellos y a sus hijos, tener una buena calidad de vida.
No solo ellos podrán recibir los cobeneficios de los proyectos de reforestación. De lograr la financiación de más proyectos para la mitigación y adaptación al cambio climático como este, muchas otras comunidades respirarán un aire más limpio, tendrán suelos más fértiles y fuentes de agua más limpias y abundantes. También recibirán apoyo para el desarrollo de actividades productivas sostenibles, accederán a servicios de educación, recibirán herramientas para gobernabilidad y empoderamiento.
Esto es todo lo que puede lograr una tarea que parece bastante ambiciosa pero que, para comenzar, solo necesita la plantación de un árbol.